Psicodrama de la vida cotidiana*
Aquí
comienza un espacio nuevo, distinto. Una posibilidad de pensar (nos) desde una
perspectiva diferente, en donde lo cotidiano pueda verse atravesado por “lo
dramático”. Una forma lúdica, creativa –al menos esa es la intención- de
enfrentar situaciones, momentos, escenas del día a día. Como si pudiésemos
reflexionar sobre cuestiones comunes a todos, desde un ángulo novedoso,
incluyendo al cuerpo, el espacio, “lo dramático”.
Señoras
y señores, bienvenidos al este nuevo espacio: “Escenas de la vida cotidiana”. Y
el hablar de escenas no es algo inocente. No se trata de examinar fragmentos de
películas, mucho menos de indagar en alguna cuestión privada de algún famoso de
la farándula. La intención es poder usar el Psicodrama, como un modo de ver la
realidad. Para ello, en primer lugar, vale aclarar de qué se trata el
Psicodrama. Veamos…
Entre
las décadas del 30 y del 40 del siglo pasado, un médico y director teatral
llamado Jacob L. Moreno, concibió un modo de tratar a sus pacientes diferentes
a los concebidos hasta el momento: bajo la premisa de “no me cuente lo que le
sucede, muéstremelo”, invitaba a sus pacientes a “representar” sus conflictos,
dificultades y cuestiones penosas. Es decir que, en vez de hablar de sus problemas,
los “actuaban”. Esto generó una revolución en el campo de las psicoterapias ya
que implicaba dos grandes cambios: por un lado, pasar de un tratamiento
individual a otro, grupal; por el otro, pasar de la palabra a la acción. Con el
correr de los años, el Psicodrama fue desarrollándose en diversos espacios y
modalidades, enriqueciendo no solo el quehacer clínico, sino también lo
educativo, lo social, lo comunitario… Las premisas básicas son: poder pensar
“en escenas”, es decir, invitar a los participantes a pasar del plano verbal,
al dramático, pudiendo desplegar en un espacio delimitado –escenario- sus
propias escenas, para poder entenderlas, reflexionando al respecto en un
contexto grupal. Moreno, decía que existen cinco pilares esenciales en todo Psicodrama,
a saber:
-
Protagonista:
es quien ofrece su escena para dramatizar
-
Yo
auxiliar: quien(es) participa(n) de la escena, tomando algún otro rol (ej.
Madre, padre)
-
Director:
es quien dirige, coordina la escena, interviniendo al momento de considerarlo.
-
Espacio
dramático: es el espacio en donde se realiza la puesta en escena
-
Público:
el resto de los participantes, quienes observan la dramatización
Ahora bien, ¿cómo introducir el
Psicodrama, y sus respectivos pilares, en
un plano discursivo como es el presente escrito?
La
propuesta es pensar el Psicodrama, mejor dicho desde el Psicodrama, escenas de
la vida cotidiana, situaciones comunes, aparentemente banales, para poder mirarlas, desde una perspectiva
grupal –en este caso, yo escribiendo, ustedes leyendo. El desafío será el de indagar
en sucesos en apariencia triviales, sin la exigencia de generar teoría, sino un
modo singular de producir texto, enhebrando experiencias, situaciones,
“escenas” de la vida cotidiana, con los modos de intervención, técnicas y
conceptos provenientes del Psicodrama. Esa es la propuesta…
Un
joven de unos 30 años (protagonista), en su casa (espacio dramático), un día de
semana por la noche. Desde hace algunas semanas está conociendo a una chica de
su edad (yo auxiliar), a quien invitó a cenar, esa misma noche, a su casa.
Suena el timbre, la chica se presenta a la hora acordada. Él sale, dispuesto a
mostrar su mejor versión. Pero…
Cuando
intenta realizar el cotidiano acto de abrir el portón de su casa, la llave no
gira más que media vuelta. Vuelve a intentar. Nada. Intenta nuevamente.
Tampoco. Con menos astucia que nervios, resiste a mostrarse incapaz de resolver
el problema: una llave que no gira, un portón que no abre, un encuentro que no
se termina de realizar. Se siente incómodo, algo avergonzado. Él de un lado,
ella del otro. Llamativamente, y lejos de lo que él supone, ella se muestra
tranquila, como si las rejas que los separara no fueran más que eso: una serie
de barrotes que en algún momento cederán a las ganas de ambos. “No me dás un
besito entre las rejas?”, invita ella, desafiando la limitante de hierro que
los distancia. Sin embargo, él siente que la resolución de dicho entuerto
depende sólo de él: acude a su módica y precaria caja de herramientas. Con una
habilidad menos real que impuesta, recurre a diversos artilugios, lo que da
como único resultado la rotura de la llave, producto de exceso de fuerza y
falta de ingenio. El panorama es cada vez peor: sus nervios van in crescendo. Ella, como si estuviese en
la plaza más agradable del barrio, sede al cansancio y se sienta en la vereda.
Luego de otros tantos intentos infructuosos, él decide hacer lo que nunca
hubiese querido: pide ayuda; llama a un cerrajero.
Despliegue de la escena.
A
grandes rasgos, bastaría con ubicar al protagonista, a la chica y, por qué no,
la reja. Tres roles, tres lugares que producen tensiones, que se ubican a
distancias paradójicas: cercanos pero inalcanzables.
Un
primer momento para intervenir: el sonar del timbre que invita al joven a salir
al encuentro de ella. Si les preguntáramos que sienten en ese momento? El:
ansiedad, alegría. Ella: expectante, algo de incomodidad.
Se
sigue rodando la escena. Él llega al portón, introduce la llave en la
cerradura; no abre. Cambio de afectaciones. Él comienza sentir impotencia,
nervios, y algo de bronca; ella paradójicamente se siente más tranquila.
Una
inversión de estos roles puede dar luz a diversas perspectivas y construir
nuevos sentidos. Él (en el rol de ella) encuentra una extraña serenidad. Ella
(en el rol de él) puede percibir con mayor claridad el peso del anfitrión
trunco.
Retomando
los roles originales, se abre paso (y no sin cierta paradoja) a indagar a la
reja en tanto rol, espacio “entre” él y ella que genera una distancia distinta
a la medible. “En las dramatizaciones,
incorporamos la noción de "entre". Las voces que rodean la escena.
Los movimientos, ritmos, sonidos e imágenes del modo como la escena
"afecta" al grupo. Lo que recorre el contorno de la escena. Los
bordes de lo plegado. (…) Todo aquello que pasa “entre” los miembros”
(Kesselman-Pavlovsky).
Por
lo tanto, concebir un nuevo espacio, una otra voz permite dar lugar a nuevos textos,
sin rostro, sin ser él ni ella, sino la máquina que entre ellos se compone: explorando
ese espacio, surgen nuevos afectos: sensación de intromisión, de obstrucción,
de aquello que separa y al mismo tiempo sostiene –y potencia- el deseo… Sonidos
tensos, cuerpos comprimidos, máquina del desencuentro.
Y
así, casi sin darnos cuenta, vamos dando por finalizado este primer Psicodrama
de la Vida Cotidiana; entendiendo que por “final” no queremos decir “cierre”,
sino todo lo contrario: apertura de sentidos, multiplicación de perspectivas y
afectos, que nutren, enriquecen, amplían nuestra singular manera de ver las
cosas… por más cotidianas que parezcan.
Lic. Pablo Ruocco
*Texto publicado en la Revista Mente Libre N° 17, 2015